"Las contradicciones se vencen a fuerza de contradecirlas"
D.F. Sarmiento
“Ya se sabe la elección de los argentinos. Si en lugar de canonizar el Martín Fierro, hubiéramos canonizado el Facundo como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y sería mejor”
J.L. Borges
Cada 11 de septiembre, con precisión de metrónomo, recordamos a Sarmiento.
Además de los lugares comunes habituales de gran educador o gobernante modesto que murió en la pobreza, solemos leer alabanzas al dialoguista y al entusiasta del consenso. Cualidades sin duda notables que asombrosamente sus contemporáneos nunca detectaron ya que solían tratarlo de Don Yo o simplemente El Loco.
Fue en realidad un escritor genial, un político apasionado, un orador impiadoso y un Presidente impaciente poco proclive a dejar sus certezas de lado. Un hombre que a pesar de la misteriosa frase que escribió en los baños de Zonda- "Las ideas no se matan"- dedicó su vida a matarlas, con otras ideas.
El gran compendio de esas ideas fue el Facundo, uno de nuestros libros canónicos. La biografía de Juan Facundo Quiroga es un panfleto brillante, un ensayo desbordante escrito contra Rosas desde el exilio, que propone una explicación al drama argentino -la Barbarie- y ofrece una hoja de ruta hacia su superación -la Civilización-. Pero no es sólo eso: Sarmiento se opone con tenacidad al federalismo del Restaurador de las Leyes pero al mismo tiempo se aleja de la ingenuidad unitaria rivadaviana. Entre las críticas al bárbaro se filtra incluso una cierta admiración -"Nuestras sangres son afines" dirá sobre su biografiado- que Borges retomaría en el genial Poema conjetural.
Sarmiento tenía ideas claras sobre todo, botánica, educación, literatura, dibujo, agronomía, finanzas, moda masculina, belleza femenina, mercados árabes, ferrocarriles, cigarros y alumbrado público. La escritura fue para él combate, no respeto por el adversario. Algo que pudo comprobar su antiguo amigo Alberdi, tratado de "mentecato que no sabe montar a caballo, abate por sus modales, mujer por la voz, conejo por el miedo y eunuco por sus aspiraciones políticas" en una carta privada luego publicada en Las ciento y una. Un estilo intolerante que hoy haría temblar de indignación a esos entusiastas de la Heidipolitik que nos aturden con la necesidad de conversar sin avasallar, respetar cualquier idea, buscar el consenso a cualquier precio y no imponer una iniciativa en el Congreso ni aún disponiendo de los votos para hacerlo.
Como escribimos alguna vez, al contrario del relato al agua florida que solemos escuchar, Sarmiento fue un político crispado y violento, usó apasionadamente el paradigma amigo-enemigo para consolidar sus ideas (¿qué otra cosa fue su Civilización y Barbarie?), no se amedrentó frente a nada, ridiculizó con ferocidad a sus rivales, tomó las instituciones como un marco y no como un límite, ejerció el poder con obstinación e impaciencia y dejó un legado notable.
Sarmiento era peronista.
Imagen: Sarmiento caricaturizado por un contemporáneo que tampoco parece haber detectado su enorme respeto hacia las opiniones ajenas (cortesía Fundación Led para el Desarrollo de la Fundación Led).