Grupo de autoayuda para quienes padecen ciertas molestias ante
comentarios Anti-K, o incluso descubren alguna tolerancia al peronismo.

Periodismo de guerra





Columna publicada en Nueva Ciudad.

“¿Hicimos periodismo de guerra? Sí, y eso es mal periodismo.”
Julio Blanck, editor jefe del diario Clarín, en entrevista publicada en julio 2016.


Hace unos años, en el diario La Nación, el periodista Gabriel Levinas hizo público un plan maquiavélico del por entonces gobierno kirchnerista para dominar al electorado. El plan, que le fue revelado por un informante anónimo, buscaba dividir a la sociedad “entre los domesticados de primera y los de segunda”. Los primeros, las capas medias y altas, serían amedrentados a través de un sofisticado sistema de control: “Denuncias policiales, movimientos de las tarjetas de crédito, las bases de datos de la tarjeta SUBE, los datos biométricos de las fronteras, todos los mails que se puedan conseguir y hackear, y por supuesto, la información de la AFIP”. Las clases bajas, más rudimentarias, serían mantenidas vivas “al menor costo, procurando que la falta de nutrientes siga causando estragos en sus mentes y sólo sobrevivan para las elecciones, en las que indudablemente votarán por el Gobierno”.

Finalmente, el plan falló ya que, según explicó el informante, los qom mostraron una resistencia inusitada que impidió que el mismo avanzara.

Hace unos días, el periodista Nicolás Wiñazki publicó una columna en Clarín en la que denuncia una serie de posibles intimidaciones del ex gobierno kirchnerista hacia políticos opositores. Una de ellas le habría sido informada a la propia víctima, Maria Eugenia Vidal, por su cartero: "Tenés que saberlo. Durante meses hubo gente que me paraba acá cerca (SIC) y me obligaba (SIC) a mostrarles las cartas que llevaban tu nombre: te leyeron todo”. La gobernadora de la provincia de Buenos Aires no supo quiénes estaban detrás del hecho pero, según el periodista, "intuye que en esta trama estuvieron involucrados los más poderosos funcionarios del Estado K, reconstruyó Clarín en base a fuentes oficiales."

No nos queda claro qué reconstruyó Clarín, pero imaginamos a "los más poderosos funcionarios K"esperando al cartero en la esquina, con una pava para despegar los sobres con vapor y una lata de engrudo para volverlos a pegar, y sentimos escalofríos. Gracias a esa hábil aunque deleznable maniobra, esos poderosos funcionarios pudieron averiguar que Vidal recibía la revista de Cablevisión, las facturas de luz y gas, promociones del ACA y los resúmenes del banco.

Lo más asombroso es que, de ser cierta la denuncia, significa que el cartero se autoinculpó del delito de apoderamiento ilegítimo de correspondencia, además de asociación ilícita. Temo que algún fiscal actúe de oficio.

En el futuro, algún investigador será víctima del asombro al conocer, a través de la lectura de nuestra prensa seria, que el gobierno kirchnerista tenía un sistema de espionaje centralizado y de una sofisticación digna de la CIA, que consolidaba datos de la tarjeta SUBE, de los bancos, de la AFIP, de la Policía Federal e incluso que rastreaba los mails de la ciudadanía; pero que, a la vez, inspirado por el Graham Greene de “Nuestro hombre en La Habana”, persistía en leer cartas que ya nadie escribía.

El periodismo de guerra que menciona Julio Blanck no es una decisión individual, ni siquiera es un estilo de hacer periodismo, sino una estrategia empresarial. Si el gobierno de CFK hubiese acordado con el Grupo Clarín, como lo hicieron todos sus predecesores, es posible que sólo encontráramos estas operaciones perezosas en portales de supuestos espías retirados.

De lo que no cabe duda alguna es que la primera víctima del periodismo de guerra es el lector.


Foto: periodista independiente investigando la guerra bacteriológica a punto de ser lanzada por CFK (gentileza Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).


 

Rentista viene de renta



Columna publicada en Nueva Ciudad

“Un gallo aplaudía desde la ramada la cercana aurora. Dos o tres peones ensillaban caballos. Cerca del suyo, enjaezado ya, el patrón tomaba un mate que acababa de traerle, sumisa, la hija del capataz con la cual había dormido”
Leopoldo Lugones / El payador / 1913 


Luego de 15 años de ausencia presidencial, la Exposición Rural de Palermo recibió a Mauricio Macri con un entusiasmo contagioso. El presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), Luis Miguel Etchevehere, pidió un aplauso para los funcionarios presentes y dio un discurso plagado de buenas intenciones y anuncios de futuros promisorios. Llamó a “superar la palabra autoritaria a favor de la palabra del diálogo” y tras pedir “basta de grietas” exigió “desterrar para siempre el populismo, que es la negación del porvenir”. Tras defender el necesario respeto a las instituciones, explicó sin detectar contradicción alguna que "cuando el autoritarismo intentó privarnos de nuestros derechos, el campo supo salir a la calle”. Concluyó, previsiblemente, que “dónde el campo encuentre provecho, lo encontrará la Argentina”.

La habitual falacia transitiva de la SRA señala que los empresarios del campo son “el campo” y “el campo” es la Argentina. Por ende, cobrarles impuestos, por ejemplo, es ir en contra de los intereses de todos. Nada nuevo hay en ese viejo truco conceptual. Sarmiento escribió hace casi 140 años (pocos años después de la creación de la SRA): “Nuestros hacendados no quieren saber nada de derechos, de impuestos a la hacienda. Quieren que el gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna…”. Varias décadas más tarde, en una crítica al Estatuto del Peón establecido por Perón en 1944, que intentaba con descaro equiparar los derechos del trabajador rural con los del resto de los trabajadores, la SRA explicó que el trabajo en el campo establece una “camaradería de trato, que algunos pueden confundir con el que da el amo al esclavo, cuando en realidad se parece más bien al de un padre con sus hijos”. Tal vez esa sea la razón de la alta tasa de trabajo en negro en el campo (de aproximadamente 75%): no son relaciones laborales sino afectivas, por llamarlas de alguna manera, como la que señala la escalofriante cita de Lugones al inicio de esta columna. En la misma crítica al nuevo estatuto, la SRA explicaba que “en la fijación de los salarios es primordial determinar el estándar de vida del peón común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae destinos socialmente poco interesantes.” En otras palabras, si se le paga demasiado, esta gente se la gasta en vino o, como diría el notable senador Sanz, esa plata se va “por la canaleta del juego y la droga”.

“El campo es ejemplo de solidaridad, por eso gauchada viene de gaucho", explicó nuestro presidente durante la misma ceremonia. Lo más asombroso no es la mención a un personaje hoy imaginario como el gaucho, sino el hecho de trasladar sus supuestas virtudes a su patrón. Como si los accionistas de Techint estuvieran imbuídos de las virtudes del operario de un gran horno o la familia Blaquier, propietaria del ingenio Ledesma, compartiera las virtudes del trabajador de la zafra.

En realidad, los empresarios del campo pueden encontrar provecho y no por eso encontrarlo las mayorías. De eso trata la política, de repartir la renta, y es eso que genera exigencias de destierros perpetuos contra gobiernos considerados autoritarios por no responder a intereses particulares (en ese sentido debemos agradecer que ya no se exija hacerlos desaparecer).

Porque si gauchada viene de gaucho, rentista viene de renta.

Foto: un rentista enseña a sus empleados las ventajas del trabajo en equipo (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED)
 

Una orgía de derechos



Columna publicada en Nueva Ciudad.


El dirigente gremial Dante Camaño, de un oficialismo contagioso, opinó que el gobierno de Mauricio Macri afronta el desafío de “volver a generar una cultura del trabajo” para dejar atrás la etapa kirchnerista caracterizada por “una orgía de derechos” sin “obligaciones”. Entre otras declaraciones que harían sonrojar a Donald Trump, denunció el supuesto acceso irrestricto de extranjeros y de turistas que en realidad “vienen a estudiar, a operarse o a trabajar clandestinamente o algunos vienen a traer droga”. Es asombroso que un dirigente gastronómico denuncie a esos mismos turistas que los restaurantes en los que trabajan sus representados esperan con ansias para compensar la caída del consumo local, pero nada puede ser más asombroso que la noción de “orgía de derechos”.

Al parecer, el kirchnerismo amplió los derechos de forma exagerada y, aún peor, lo hizo “sin obligaciones”, un requisito extraño. ¿Con qué obligaciones tuvieron que compensar los empleados el derecho básico a poder sentarse (1907), trabajar sólo 8 horas diarias (1929) o contar con vacaciones pagas (1945)? Pero, además, ¿de qué forma esas otras “orgías de derechos” afectaron la “cultura del trabajo” que tanto parece atormentar a este dirigente gremial con preocupaciones de empresario? La Historia parece contradecir a Camaño: las mejoras orgiásticas de las condiciones de trabajo no sólo mejoraron la calidad de vida de los empleados sino que correspondieron a un aumento sostenido de su productividad y de la riqueza general.

En su programa de los domingos, Jorge Lanata explicó que “no podemos aceptar como normal que el Estado pague la luz y el gas”. Más allá de la chicana de asimilar subsidio a pago total, lo extraño es que esa anormalidad fue norma durante una década y en otros países lo es hace mucho tiempo más. Al parecer, podemos subsidiar a los ricos -eliminando retenciones, reduciendo impuestos o no implementando otros, como el de la herencia- pero no está bien subsidiar a la clase media y a los pobres. Tal vez el próximo paso consista en explicarnos lo insostenible que resulta la escuela o la salud gratuitas o incluso la gratuidad de las plazas, pagadas como todos sabemos por el contribuyente y no por el usuario.

En una columna en Clarín, el economista Luis Rappoport, escribió que “la pretensión sindical de recuperar el poder adquisitivo de los salarios es un peligro por la simple razón de que un país más pobre no puede sostener los mismos salarios de cuando era rico (…) La sociedad debe asumir esa realidad, de la misma manera como la sociedad inglesa -en tiempos mucho más dramáticos de 'sangre, sudor y lágrimas'- asumía que caerían bombas sobre Londres.” El economista no considera en el necesario esfuerzo a las ganancias empresariales y sostiene que está bien pagarle a los holdouts aunque seamos, según su propio análisis, un país pobre. En el “relato” de Rappoport (para retomar un término muy en boga), “la sociedad” no incluye a accionistas, rentistas o empresarios y la voluntad elemental de mantener el poder adquisitivo del salario- ni siquiera de aumentarlo- es una pretensión peligrosa. La sangre, el sudor y las lágrimas deberán ser aportados exclusivamente por los empleados.

Durante años, la crítica al kirchnerismo se centró en su esencia autoritaria- que nos llevaba hacia un país cada vez menos libre-, en el empobrecimiento creciente de las mayorías y en los indignantes“subsidios a los ricos”. Hoy nos enteramos que ese modelo liberticida fue en realidad una “orgía de derechos”, que el país empobrecido por las políticas populistas tenía al parecer salarios demasiado altos como para poder mantenerlos y que los subsidios a los ricos no eran más que inaceptables subsidios a la clase media y a los pobres.

Pero, en todo caso, debemos agradecer que, igual que González Fraga, la vicepresidenta Michetti o el propio presidente Macri, la opinión oficialista deje de lado el slang generoso en globos, banalidades y buenas intenciones del PRO y prefiera la honestidad brutal del discurso conservador: la "orgía de derechos" debía terminar.

Foto: trabajadores parisinos disfrutan de la terrible orgía de derechos del Estado francés de los años 50, con escandalosos subsidios a los transportes, al gas, al agua, a la electricidad, a las vacaciones e incluso a la clásica baguette. Así les fue (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).