Uno de los lugares comunes más tenaces en el discurso opositor es el de la alternancia como virtud.
Sus entusiastas nos explican que más allá de sus eventuales éxitos, cambiar de presidente luego de determinado tiempo aporta más beneficios que su continuidad. La alternancia evitaría la acumulación excesiva de poder en manos de una sola persona, limitando la discrecionalidad y posibilitando la virtuosa aparición de liderazgos alternativos. Limitar su continuidad sería una manera de nivelarlo frente al resto de los candidatos del llano.
Existen por supuesto diferencias entre democracias parlamentarias y presidencialistas, entre ejecutivos nacionales y regionales, pero las ventajas de la alternancia parecieran prevalecer en general sobre las ventajas de la continuidad. Nuestros vecinos chilenos incluso las han amplificado poniendo como límite un solo período presidencial sin reelección inmediata (por más éxitos que haya obtenido un mandatario chileno, deberá esperar al menos 4 años antes de seguir haciendolo).
Además de la extraña paradoja que significa exigir políticas de largo plazo a líderes que limitamos en el tiempo, lo notable es que sólo se busque beneficiar con esa virtud a nuestros jefes de Estado. En el resto de los ámbitos, la experiencia y la continuidad suelen ser un valor en sí.
Ningún accionista en su sano juicio optaría por cambiar a un CEO exitoso siguiendo las mismas consignas que probablemente ese mismo accionista pide aplicar a la política. Sin embargo la continuidad del CEO le hace correr el mismo riesgo, como accionista, que la continuidad del presidente le hace correr como ciudadano: el CEO tiene a mano recursos para sobrevalorar sus éxitos y ocultar sus errores, para permanecer en el poder, limitar los controles, aumentar su discrecionalidad o simplemente opacar liderazgos alternativos, que de tener una chance, quizás lograrían resultados aún mejores.
Hace más de 30 años que Magnetto dirige el grupo Clarín, sin que sus accionistas hayan detectado los enormes riesgos de su continuidad. Igual que la AFA, que desde hace 37 años sigue confiando en Don Julio (o en ese mafioso de Grondona, según la época y según sus alianzas).
Por su lado, la Iglesia, el gran jugador político de los últimos 2.000 años, valora tanto la alternancia que deja en manos de Dios la limitación temporal de su líder. Algo parecido ocurre con nuestra Corte Suprema, en donde ni siquiera el canónico Fayt parece preocupado por el tema.
Hoover, el creador del FBI, lideró su agencia durante 37 años sin las limitaciones temporales de los presidentes que lo mantuvieron en el cargo.
En el ámbito académico las universidades no suelen desprenderse de un buen rector o un gran investigador sólo para favorecer el fructífero cambio.
Por lo general, quienes eligen representantes o responsables ejecutivos, prefieren valorar los resultados más que analizar valores absolutos.
En la mesa de los poderosos, los únicos liderazgos limitados en el tiempo son los de nuestros representantes. Es normal que los otros integrantes de la mesa apoyen esa limitación, lo extraño es que la apoyemos nosotros.
Foto: En la última Convención Mundial de Accionistas, los participantes escuchan la novedosa propuesta de limitar los períodos de sus CEO, “igual que hacemos con nuestros presidentes” (gentileza Fundación Led para el Desarrollo de la Fundación Led).