La comisión de Analogías y Frases de la MAK me exigió en la última cena presentar una analogía de tal profundidad que despertase una ovación de pie o al menos que alguna frase con smowing logre que el
Contradicto de San Telmo se distraiga de su mamadera Vasco Viejo.
No habiendo cumplido con ninguna de las dos condiciones, el comité de castigos y festejos (CAFE, por sus siglas en inglés) me conminó a publicar la analogía y la frase en el blog. El castigo, aclaración innecesaria, es para los lectores por no asistir a la cena y aplaudir.
En nuestra habitual ronda de confesiones de vicios y debilidades, en la que Nagus volvió a confesar ser pelado y Musgrave no ser Nagus, yo recordé una debilidad que me acompaña desde la infancia (de las raras que me acompañan de la infancia y pueden ser comentadas en una ronda de confesiones): El vértigo.
Desde muy chico cuando subo a un balcón largo, esos en los que uno termina parado a días de caminata del acceso, o a uno cuya baranda avara no me llega ni al mentón, mis sentidos comienzan a detectar micromovimientos sospechosos, temblores, sensaciones imperceptibles para el resto, incluso ruidos. Toda la información es procesada por mis neuronas y la conclusión unívoca es que el balcón se está por desmoronar y, por el concepto de solidaridad que estudié en Física, yo con él.
Cuanto más razono sobre ese cúmulo de sensaciones, más clara es la conclusión que todo se cae. Además, a medida que lo razono, mis sentidos van detectando peores cosas.
Los sentidos comienzan a "sincronizarse" con mis conclusiones, detectando mas sensaciones en sintonía con las conclusiones. Podríamos decir que mis sentidos tienen cierta empatía hacia las conclusiones de la razón. Se retroalimentan. La conclusión se espiraliza, si se puede utilizar el término para algo que no sea la inflación o cualquier otra cosa que afecte la gobernabilidad de un gobierno popular.
La primera vez seguramente intente tirarme del balcón, buscando la salida menos dolorosa a un final fatal. Imagino que mi padre me habrá detenido, mientras mis hermanos me estimulaban a hacerlo.
Con el tiempo fui evitando subirme a balcones pero cuando estoy en uno vuelvo a sentir lo mismo, los ruidos, los microtemblores, las vibraciones y vuelvo a sacar las mismas conclusiones. Aliviado veo que mi sistema sigue dando la misma respuesta al mismo estimulo, errado pero consistente.
A diferencia del primer día, ya no intento saltar (aunque mis hermanos sigan estimulándome a hacerlo) porque mi memoria me recuerda que estuve ya en esa situación, con esas sensaciones, con esa misma conclusión, y los balcones no se cayeron.
La memoria no es otra razón. La memoria no puede concluir que el balcón no se caerá, solo puede recordarnos que en esta situación particular, cuando se ha dado antes, los sentidos enloquecieron y la razón, como consecuencia, elaboró conclusiones tan precisas como falsas.
Esta vez, podrán ser ciertas, pero también falsas. La razón deja de tener utilidad nos dice la memoria y es lo único que nos puede decir.
Con vértigo uno no puede diferenciar cuando los sentidos transmiten miedo con fundamento de cuando transmiten miedo sólo por vértigo. Cuando los sentidos enloquecen, ninguna conclusión confiable podremos obtener.
Pero esta última, si es una conclusión confiable.
Del laberinto del vértigo no se sale por la razón, se sale por la memoria.
(Releo esta frase y concluyo que el Contradicto es sordo).
Vayamos ahora a la analogía, sin la cual el cheque de Zannini no se deposita.
En política, a los simpatizantes K, padecemos de vértigo.
Regularmente sentimos que el balcón se desploma abajo nuestro, que cruje sospechosamente, oímos ruidos preocupantes, que ELLA comenzó a hacer las cosas mal, que la oposición no electoral finalmente nos viene a dar una paliza, esa paliza que esperamos hace tanto. Por mérito nuestro, por impericia, por soberbia o simple mala suerte, siempre sentimos que esta vez vienen por nosotros y nos tienen allí donde siempre quisieron tenernos.
Pasan los años y el balcón no se desploma pero la sensación vuelve, casi podríamos decir que se mantiene.
Qué podemos hacer para salir de esta trampa? Afinar los sentidos? Cursar Estructura y resistencia de materiales I y II? Volver a hacer cuentas y mediciones?
El vértigo es difícil de evitar. Hay demasiadas fuerzas abocadas a provocárnoslo. Lo más saludable y primer paso nada despreciable, es reconocer y recordar nuestro vértigo. No actuar basado en él. No transmitir nuestro miedo. No construir más miedo con nuestro miedo.
Sentimos que se cae, pero recordamos que es una sensación inducida por el vértigo y no actuamos. No hacemos nada con esa sensación.
(El no hacer es con frecuencia una acción activa injustamente despreciada como pasiva).
Por supuesto, sentir que se desploma y recordar nuestro vértigo no es ningún reaseguro de que no se desplome. La no conclusión no es una conclusión. Solo sé que no sé nada, decía un filósofo con vértigo.
Por eso no salgamos a festejar los goles cada vez que sentimos que perdimos, pero tampoco salgamos a revender la camiseta que nos acaba de entregar el Gral. Susvin.
Recordemos que ya estuvimos en este lugar antes y, en cada ocasión, sentimos que el balcón se desplomaba.
(*) En la foto vemos una coach de la MAK entrenando a una joven Alemana días antes de visitar nuestro país. Gentileza del proyecto "Argentina sin pánico y por 6 euros el día".