Grupo de autoayuda para quienes padecen ciertas molestias ante
comentarios Anti-K, o incluso descubren alguna tolerancia al peronismo.

Cuando el mejor pierde


Para pasar el mal trago, me quedé jugando anoche con una comparación entre la derrota terrible de la selección argentina que nos duele a todos y aquella otra derrota que nos duele a la mitad menos uno.

¿Qué ocurriría ante este final de torneo si le aplicásemos la lógica indignada de los antiK?

La Nación nos explicaría que la Argentina decente festeja el duro fin de una era.

Mis vecinos de café me explicarían que Messi perdió por evasor. Y exigirían, junto a otros indignados de café, que devolviera todo lo que robó y que nunca más jugara al fútbol. "Pero toda, TODA, no sólo la que le pescaron" aclararían.

Alfredo Leuco suscribiría contándonos que los países serios no ponen a delincuentes en sus equipos y por eso ganan.

"Era claro que Messi no quería ganar. Apostó a perder", escribirían los periodistas independientes, no todos del diario El Mercurio.

Esperaríamos todos una sincera y profunda autocrítica de parte de todo el equipo, del DT, y de la AFA. Una sofisticada y larga tesis que nos explicara por qué se perdió por ese penal después de empatar los 4 tiempos. Explicación que para ser sincera debería incluir confesiones de crímenes espantosos, delitos, malas voluntades y alguna calamidad mayor.

Todos coincidiríamos que las explicaciones dadas no son las verdaderas, porque de hecho sabríamos las verdaderas. Aunque no encontraríamos dos iguales entre los muchos coincidentes.

"Es el síndrome de Hubris que aparece entre quienes han ganado demasiados premios", predicaría el teledoctor Castro hablándole a la mamá de Messi.

"Aposté por Chile porqué era obviamente un equipo mejor y la Argentina uno lamentable", fanfarronearía Melconian.
"Pero si arreglan las cosas, la próxima apuesto por ustedes" nos prometería.

"Perdimos por fauleros. La falta de ética en el juego nos costó un jugador y varias amarillas. Tenemos que pensar en un fútbol distinto, sin violencia, sin cabida para fauleros agresivos", nos explicaría Stolbizer, mientras acompañaría a los chilenos a dar su vuelta olímpica.

La embajada de Chile agasajaría a Massa, Macri, Urtubey y a varios prohombres argentinos más que apoyaron siempre el buen deporte, desde la tribuna chilena.
Como bien nos diría Mauricio, "Huevón, si estos caballeros ganaron, es que juegan más honestamente, en serio, con dialogo y todo eso".

La veríamos a Pato Bullrich corriendo con cortos y botines asegurándonos que no se detendrán hasta no cerrar todos los clubes que los han amparado. "Lanzamos una campaña contra la violencia y la evasión, comenzando por los titulares de la selección" diría.
"Y para no ser visto como discrecional, incluiremos a los suplentes de la selección y su plantel técnico", agregaría.

"Es el fin de Messi y de todos sus seguidores", concluirían los analistas serios e independientes.
"Messi debería renunciar al fútbol, dar un paso al costado". "Un partido así no se pierde sin sabotaje. Cárcel para el DT y el resto del plantel, hasta que confiesen el inocultable dolo", vociferarían en sus programas de clara posición neutral.

Al grito de "cambiemos todo" algunos sugerirían llamar Cambiemos a la nueva selección. "Una selección abierta al dialogo, no cerrada a un país determinado", nos diría Michetti.

Mientras Sabsay pediría el titulo de Messi para alguna cosa y Gil Lavedra el antidopping (porque sólo los drogados pierden un penal así), escucharíamos sobrios abogados que nos explicarían que esto pasa por la falta de alternancia.
Es innegable que si los jugadores no pudiesen jugar más de 4 años en la selección, Messi no habría perdido ese penal.

Julio Bárbaro nos recordaría, desde un estudio de TN ambientado en arco, que después de jugar con Perón, la selección se transformó en una bolsa de gatos donde cada uno sólo busca permanecer. "Ya no les importa el juego, ni la selección".

"Si Messi renuncia es por cobardía. Abandona a sus compañeros en el peor momento", nos explicarían los mismos periodistas serios que vaticinaban su renuncia, luego la pedían y finalmente la criticarían.

Bonelli diría que con el viento de cola que tuvieron, cualquier equipo habría llegado a la final. Pero que perdieron por incompetentes, saboteadores, por no saber dialogar con el equipo contrario, ni encontrar un final mutuamente conveniente.

Descubriríamos los millones de personas que asegurarían, ya decir desde el 2009, que Messi era un pecho frío y que perderíamos por sus errores.

El equipo chileno en pleno, junto a un panel de periodistas serios también chileno, pedirían pasar en prime time todos los fouls de argentina que el arbitro no cobró. Aparecería el índice FNC, de fouls no cobrados, medido por una ONG chilena y seria (valga la redundancia) que la Argentina encabezaría junto a Venezuela y Cuba.

Le quedaría claro al mundo, según aquellos que hablan por el mundo, que este equipo argentino fue esencialmente violento y evasor, y que por eso mismo perdió.

Algún editorial se animaría a un análisis psicológico del fútbol: "Messi dejó de escuchar a la pelota, comenzó a pensar más en la plata que en el juego, más en ganar el partido que en simplemente prestigiar este juego centenario. Lo que ocurrió es que la pelota le dijo BASTA".

Varios jugadores renunciarían a la selección, diciendo que ellos no cometen foul ni pierden penales. Aclarando que siguen apoyando a la selección y que le reconocen méritos a Messi. Pero hasta que este no confiese que es un inútil ante una pelota, prefieren armar una selección "en busca de país".

Rosendo Fraga prepararía una buena lista de cosas que la Argentina debería hacer con su fútbol para volver a ganar. La primera sería darle los derechos exclusivos de televisación a Clarín. La segunda sería canalizar la pasión futbolística de nuestros jóvenes hacia el servicio militar obligatorio. "Si pretendemos ganarle a Chile será con la remera verde oliva, no con la celeste y blanca" diría, rememorando viejos consejos.

El burrito Ortega sería denostado por ultra Messista al salir a negar lo obvio, que Messi es un pecho frío.

Los K ya sabíamos lo que se siente perder teniendo al mejor, en nuestro caso a la mejor. Teniendo un gran equipo en nada inferior al que nos gana.
Ya conocíamos lo que es perder por poco y por ese poco bancarse las consecuencias que las reglas del juego imponen a quien pierde. Consecuencias que no se detienen en ver si se pierde por poco o mucho.
Los K ya vivimos el desbande que produce perder, los que se alejan de quien pierde un penal sin importar los que acertó. Las críticas que florecen basadas en errar una vez, en medio de una larga lista de aciertos. La soberbia de llamar "derrota" a perder reñido. El gozo de todos quienes nos detestaron por los partidos que ganamos, al exagerar el valor de esta victoria y el significado de este partido perdido.

Aún así, anoche, los K como el resto, tuvimos que volverlo a sentir.

Como consuelo, los simpatizantes de la celeste y blanca no vamos a tener que padecer (por esto al menos) el escarnio, ni el intento de instalar en nosotros la idea que perdimos por ser esencialmente unos perdedores, por merecerlo, por ser moralmente peores, humanamente inferiores.

Esta vez sólo lamentaremos haber perdido. Con todas las consecuencias que eso implica, pero ni una más.

 

El gobierno más corrupto de la Historia



Publicado en Nueva Ciudad.

Hace unos días, en plena madrugada, José López, exsecretario de Obras Públicas de la Nación durante los tres períodos kirchneristas, fue arrestado por la policía mientras intentaba ocultar cerca de 9 millones de dólares en un convento de la provincia de Buenos Aires. El aparente estado de pánico del ex funcionario agregó aún más asombro a toda la historia, no desprovista de la sospechada participación de los servicios de inteligencia.

De inmediato, los medios se hicieron eco de la noticia. Un periodista concluyó que eso probaba lo que él mismo venía afirmando desde hace años, sin la ayuda de López: que el gobierno de CFK fue el más corrupto de la Historia. Otro exigió excusas de los simpatizantes kirchneristas “por apañar corruptos” y un tercero, al contrario, pidió que tuvieran la decencia de guardar silencio.

Cuando estalló el escándalo de las escuchas telefónicas en la CABA y fue detenido el jefe de la Metropolitana, Jorge “Fino” Palacios y luego su segundo, Osvaldo Chamorro, acusados de espiar a legisladores porteños de la oposición, esos mismos medios no exigieron ningún acto de contrición a quienes apoyaban a Mauricio Macri, entonces Jefe de Gobierno. No les exigieron que pidieran disculpas por Palacios, con argumentos como “todos sabemos que el Fino es Macri” o “se los dijimos desde un principio”. Tampoco lo hicieron cuando el propio Macri fue procesado en la misma causa -procesamiento que duró milimétricamente hasta que asumió como presidente- y se negó, con razón, a renunciar pese al pedido de algunos opositores.

El gobierno kirchnerista y, sobre todo, sus simpatizantes, no disponen de esa prerrogativa. Los actos de corrupción de un funcionario implican la corrupción del gobierno e incluso la de quienes lo apoyaron. Pero sobre todo, y ahí radica el truco mayor, implican que también las políticas llevadas a cabo por ese gobierno fueron corruptas, como sus ideas, sus alianzas regionales, sus principios y sus prioridades.

Como escribió Pedro Biscay, ex integrante la Procuraduría Adjunta de Criminalidad Económica y Lavado de Activos (PROCELAC): “Si un funcionario público cometió un delito, entonces todo lo que rodea a ese funcionario público también es delictivo. Es la lógica de la asociación ilícita aplicada a la organización de la política”.

Los medios, con la histórica participación de los servicios, son como un guía que nos conduce por las catacumbas de la política, pero evitando con cautela los recovecos del poder económico. En lugar de prender las luces para que veamos todo, nuestro guía ilumina con una pequeña linterna aquello que quiere que descubramos. Es inevitable indignarnos con las imágenes de fajos de dólares ocultos en un convento o con el paseo mediático de un hombre de mirada alocada portando un casco de guerra. Pero así como conocemos hasta las preferencias capilares de Fariña, nada sabemos de otro arrepentido, Hernán Arbizu, ex gerente del JP Morgan acusado de fraude en EEUU, que presentó a la justicia argentina un listado de empresas y personas físicas que habrían fugado 6.000 millones de dólares con la ayuda de su ex empleador. El fiscal Marijuan, tan activo en otros casos, nada investigó en 8 años y Arbizu será finalmente extraditado a EEUU. No veremos fajos de billetes, ni cascos, ni escucharemos lamentos indignados. Nadie calculará cuantas escuelas se podrían haber construido con esa plata ni exigirá disculpas al directorio del JP Morgan por contratar al fraudulento Arbizu. La linterna del guía evitará ese rincón de la catacumba.

La corrupción pública-privada y el financiamiento negro de la política son temas crónicos de nuestro país (aunque no sólo del nuestro), que el kirchnerismo no quiso o no pudo resolver. Creer que la solución puede venir del gobierno de los contratistas del Estado puede parecer candoroso, pero en el fondo no es lo que realmente cuenta.

Lo que realmente importa, lo que debería concentrar nuestra limitada capacidad de indignación con este o cualquier otro gobierno, son nuestros otros y más graves dilemas, que siguen siendo los mismos aún después de Niembro, de los Panamá Papers o de López. Y sólo pueden resolverse con política, no con indignaciones digitadas bajo la luz de una pequeña linterna.

Foto: Las denuncias contra Ataliva Roca (funcionario cuestionado que inspiró la famosa frase de Sarmiento “El presidente Roca hace negocios y su hermano ‘ataliva’”, referida a la corrupción en la cesión de tierras fiscales) nunca modificaron la idea que tenemos de las presidencias de su hermano. Eran otros tiempos (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED)
 

Una asimilación exitosa




Columna publicada en Nueva Ciudad.

"El AR-15 es uno de los rifles más populares de Estados Unidos". Blog de la National Rifle Association (NRA)

Hace unos días, en plena madrugada, un hombre entró en una discoteca gay de Orlando con un arma de guerra y asesinó a cincuenta personas. Era estadounidense, nacido en Nueva York, de padres afganos. Luego de ser abatido por la policía, el FBI informó que podría tener "simpatía por el terrorismo islámico". Una llamada que hizo el tirador al 911 antes de ingresar a la discoteca, con una vaga proclama, abonaría esa teoría, aunque el propio Estado Islámico recién asumió la autoría del atentado luego de que fuera informado por la prensa. Su padre y su ex mujer desmintieron que fuera religioso o que tuviera nexos con el terrorismo islámico y señalaron su carácter violento y homofóbico. En el discurso que hizo poco después de la masacre, Barack Obama la definió como"un acto de terror y de odio" y la vinculó a su frustrado intento de regular las armas en EEUU. El hecho de no vincular al terrorismo islámico en su discurso le valió un pedido de renuncia de parte del candidato republicano Donald Trump, quién repitió su proyecto de prohibir la entrada a EEUU a los inmigrantes musulmanes (aunque el autor del atentado fuera estadounidense). "Si no actuamos con dureza e inteligencia muy rápido ya no vamos a tener un país", concluyó.

En Argentina, Carlos Maslatón, un personaje que parece de ficción y que se define como"derechista del tercer mundo y liberal", dedicó la masacre de Orlando a Mauricio Macri, criticándolo por querer traer "3.000 potenciales terroristas islamistas" al país. Como Trump, anuncia una inminente guerra islámica y resuelve el dilema de que el culpable sea norteamericano lanzando un novedoso concepto: la nacionalidad subjetiva. Independientemente de que el responsable sea norteamericano o francés -como en el caso de los atentados de Paris- su nacionalidad es "la del terrorismo islámico". Más allá de lo delirante del mismo, el planteo ilustra bien el pensamiento de"ciudadela sitiada" que padecemos desde hace unos años.

Lo asombroso es que ese tipo de pensamiento paranoico se dé en países en los que no existe un"ser nacional". Tanto EEUU como Argentina son el resultado de la inmigración masiva. El bisnieto rosarino de un sastre polaco no se siente menos argentino que el chozno de Güemes, así como Arnold Schwarzenegger no se siente menos estadounidense que cualquiera de las elegantes damas de las Daughters of the American Revolution, pese a haber nacido en Austria.

Hacia 1900, uno de cada cuatro habitantes de la Argentina era extranjero mientras que EEUU recibía a 25 millones de inmigrantes. Esa "invasión pacífica" enfureció a algunos estadounidenses que crearon la Liga de Restricción de la Inmigración, con argumentos tan paranoicos como los de Trump, mientras que en Argentina la Liga Patriótica proponía "estimular el sentimiento de argentinidad" y proteger a la Patria del bolchevismo, el anarquismo, el judaísmo y muchas otras calamidades imaginarias.

Si los argentinos y norteamericanos de hace algunas generaciones hubieran tenido el mismo miedo a los inmigrantes que profesan Trump y Maslatón, probablemente ni uno sería norteamericano ni el otro argentino.

Pero esa no es la mayor paradoja. Omar Mateen, el tirador de Orlando, asesinó a 50 personas con un arma de 500 dólares que se puede comprar por correo y dispara 45 balas por minuto. La misma que usó James Eagan Holmes en la masacre de Aurora en 2012, Adam Lanza en la de Newtown en el mismo año y Syed Rizwan Farook y Tashfeen Malik en la de San Bernardino del 2015. Un arma que según The Telegraph poseen casi 4 millones de personas en EEUU. Salvo Malik, todos los atacantes eran jóvenes norteamericanos, algunos de origen inmigrante. Si algo prueban las masacres es que, en apenas una generación, esos ciudadanos recientes aprendieron la barbarie armada propiciada por la poderosa National Rifle Association como si tuvieran varias generaciones de norteamericanos armados detrás. Entre 1966 y 2012, hubo en EEUU 90 tiroteos en masa. Se define como "mass shooting" al tiroteo en el que mueren tres o más personas, con exclusión de los enfrentamientos entre bandas o los crímenes contra la propia familia del asesino.

Una asimilación exitosa de la que la derecha norteamericana, empezando por Donald Trump, debería vanagloriarse.

Foto: un joven norteamericano recibe los primeros rudimentos sobre convivencia y solución de controversias (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED). 
 

El pasado inventado



Columna publicada en Nueva Ciudad.


"La situación es peor que la anunciada por el gobierno saliente”

Fernando De la Rúa / discurso inaugural del 10 de diciembre de 1999.


Al terminar la II Guerra Mundial, Charles de Gaulle se hizo cargo del gobierno provisional francés y logró algo casi milagroso: transformar a Francia, que había transitado la guerra dividida entre la zona ocupada por los alemanes y el régimen filo-nazi de Vichy, en un país resistente. No fue una jugada menor, teniendo en cuenta la poca estima que le tenían los aliados norteamericanos, quienes un tiempo antes lo consideraban un Mussolini en potencia y planeaban para Francia un destino de protectorado similar al que pensaban para Alemania y Japón. Como la policía parisina, que durante la ocupación fue ferviente auxiliar de la Gestapo hasta que, pocos días antes de la Liberación, llevó adelante una valiente huelga contra el ocupante, a fines de 1944 Francia descubrió que, en realidad, era un país aliado. De Gaulle había inventado un pasado.

Hace unos días, la vicepresidenta Gabriela Michetti opinó que “la economía que encontramos estaba peor que la de 2001”. Ya en otras declaraciones, Michetti había denunciado la “riqueza artificial”impulsada por el gobierno anterior. Es decir que, pese a estar peor que en el 2001 -año en el que el desempleo trepó al 20% y la pobreza en Capital y Gran Buenos Aires llegó a más del 50%- la economía permitió impulsar el poder adquisitivo de las mayorías. El kirchnerismo logró que, a la vez que eran cada vez más pobres, las mayorías consumieran cada vez más.

Por su lado, y siguiendo un guión común, la gobernadora Mariu Vidal, explicó que "era mentira que podían tener calefacción y electricidad sin tarifas reales". No sabemos con precisión qué serían “tarifas reales” dado que, a decir verdad, el mecanismo para fijarlas no se trata de una fórmula técnica sino de una ecuación política que decide quién paga la parte del león, pero comprendemos que a través de estos comentarios sobrevuela la misma idea del aumento de la pobreza a la par del aumento del consumo.

Tanto la vicepresidenta como la gobernadora y, en general, cada funcionario de Cambiemosinvolucrado, lamentan tener que tomar las decisiones que toman a la vez que explican que son “ineludibles”. Es más, muchos de sus simpatizantes opinan que cualquier gobernante haría lo mismo, más allá de su signo político. Como dijo Ricardo López Murphy durante su breve paso por el ministerio de Economía de la Alianza: “no se trata de política, ni siquiera de economía, es simple aritmética”. El pensamiento conservador suele disfrazar decisiones políticas como respuestas técnicas neutras o, aún mejor, como fatalidades.

La dificultad de este pensamiento reside en que para que la sociedad acepte una fatalidad debe existir una calamidad previa y, sobre todo, ser evidente. La terrible “cirugía mayor sin anestesia”llevada adelante por Carlos Menem, por ejemplo, encontró su justificación en la hiperinflación de 1989. Nadie necesitó de la exégesis de ningún economista serio para comprender la calamidad que padecía en ese momento, como tampoco la necesitó una década más tarde, en diciembre del 2001. Fueron catástrofes manifiestas.

Hoy, por el contrario, necesitamos de toda la creatividad de nuestros economistas serios para intentar comprender que durante doce años vivimos un extraño período que aumentó artificialmente el empleo y el poder adquisitivo de las mayorías a la vez que expandió su pobreza.

Atenuada la alegría ciudadana y sin noticias de las inversiones inminentes que nos transformarían en Australia, la carta del gobierno parece ser la misma que usó De Gaulle hace 70 años. Aunque su talento para inventar un pasado no parece, por ahora, igualar al del estadista francés.




Foto: el laboratorio Néstor Carlos Kirchner, en el que científicos del INVAP creaban la realidad paralela que engañó a millones de ciudadanos (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).
 

La riqueza imaginaria


Columna publicada en Nueva Ciudad.

A partir de 1945, de la mano de J.D. Perón, los asalariados empezaron a gozar del turismo de masa a través de vacaciones pagas, hoteles sindicales y colonias de vacaciones. Fue una iniciativa denunciada con furia por los empresarios y por los indignados políticos serios de aquella época, quienes consideraron que pagarle a los empleados por ir a la playa era una fantasía que nos llevaría a la ruina.

Hace unos días nos enteramos gracias al notable economista Javier González Fraga, ex presidente del Banco Central, que el gobierno kirchnerista "le (hizo) creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso era una ilusión. Eso no era normal". El comentario me sorprendió ya que González Fraga no es un operador, ni tampoco un pirómano, como tantos colegas suyos. Al contrario, solía ser un economista preocupado por el crecimiento y el bienestar de las mayorías. De hecho, según explicó en la misma entrevista, "estamos sincerando la economía para que en lugar de tener una burbuja de crecimiento que alimente proyectos populistas tengamos décadas de crecimiento”. No hay nada extraño en eso, empeorar nuestro presente para mejorar nuestro futuro es uno de las letanías preferidas del pensamiento conservador. Para que quede claro que no se trató del exabrupto aislado de un economista oficialista, nuestra vicepresidenta Gabriela Michetti explicó que "les hicieron creer que podían vivir de esa forma eternamente".

Denunciar los ampliaciones de derechos de las mayorías por insostenibles es otra de las tantas letanías conservadoras, aunque ni González Fraga ni nuestra vicepresidente pondrían en duda la legitimidad del descanso dominical, la jornada laboral de 8 horas o las vacaciones pagas (ni tampoco su interés económico), al menos no por ahora. Ocurre que las leyes virtuosas que hoy mejoran la vida de las mayorías y son aplaudidas por todos fueron denunciadas como calamidades al momento de ser implementadas. Eso nos permite presuponer que las calamidades hoy denunciadas, si logran sobrevivir, serán las virtudes de mañana.

Lo que es difícil imaginar es cual es el modelo de país que apoyan González Fraga y nuestra vicepresidenta si consideran una fantasía que los asalariados medios –ni siquiera los tan criticados planeros o los trabajadores de ingresos más bajos- accedan a un celular, un plasma o un viaje. ¿Qué proyecto imaginan para incluirlos, excluyéndolos de esas fantasías?

Hace 70 años, mi abuela se enfureció con la proliferación de hoteles sindicales en Mar del Plata. Consideraba un derecho que ella y su familia tuvieran una casa de veraneo ahí, pero le parecía una anomalía que esa gente se paseara por la rambla. Para ella eso no era normal, como para González Fraga no lo es que un empleado medio tenga un celular. Como el economista radical, mi abuela decía estar a favor del progreso de las mayorías pero, por supuesto, no de esa clase de progreso.

El pensamiento conservador suele proponernos perder derechos para conseguir otros mejores, terminar con empleos “artificiales” para obtener otros “legítimos” y frenar crecimientos imperfectos para consolidar “décadas de crecimiento”. El resultado, históricamente, ha sido perder derechos, empleos y crecimiento.

Hasta no hace mucho, el trabajo infantil fue la norma y la jornada de 8 horas una quimera no sustentable. La “ley de la silla” de 1907, imaginada por Alfredo Palacios, fue una revolución que estableció el derecho elemental de los trabajadores a sentarse.

Como en política no existe una frontera inamovible que limite lo sustentable, lo que esperamos de nuestros gobernantes es, justamente, que la amplíen. Una responsabilidad que, según sus propias declaraciones, parece exceder las posibilidades del ex presidente del Central y de nuestra vicepresidenta.

Foto: "Les hicieron creer que podían vivir en chalets" / Barrio Presidente Perón - 1949 / Libro Negro de la Tercera Tiranía (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).