Desde hace un par de meses, en los que vimos reemplazar en Italia al destructor fiestero por Mario Ponti, el destructor sobrio, al socialista ajustador Papandreu por el ajustador Papanatas, que vimos a Zapatero empujar con toda su fuerza a su sucesor Mariano Rajoy a la presidencia, en un ejemplo de “militancia por la alternancia” que haría jadear de placer a Pepe Eliaschev, me aparece periódicamente el recuerdo, como si fuera ayer, de los dichos de Hans Tietmeyer sobre la Argentina
(Nota Hans) y de sus amplificadores locales (
Nota Joaquin)
El educado Hans concluyó en el 2002 que la argentina estaba destinada a la insignificancia eterna, y compartió sus conclusiones con nosotros. Como él entonces, hoy muchos personajes de renombre se sienten con el derecho, incluso el deber, de vaticinar qué pueblos son inferiores genéticamente y son dueños de sus destinos siempre que esos destinos sean la desaparición o la inanición.
Hans Tietmeyer, el hombre que condenó a la argentina a la insignificancia perpetua, mas por rencor hacia la cancelación del contrato con Siemens que por análisis económico, estaría dispuesto a realizar la misma metralla de comentarios desvalorizantes hacia Grecia, Italia, Portugal, España y, si Merkel se lo pidiese, contra Francia también. Todos países afectos al descanso, los placeres mundanos y la buena comida. Países que Hans condena por eso a la insignificancia.
Me indignó en aquel entonces que justo Tietmeyer, un alemán, haya sostenido con tal seguridad la tesis de que hay pueblos cuyo destino ya está trazado. La experiencia alemana del siglo veinte nos había demostrado, con contundencia, que los Tietmeyer del 45 que sostenían, no sin argumentos, que Alemania estaba destinada por la eternidad a ser un país peligroso, con su irrenunciable vocación por la violencia, la dominación y una serie de abominaciones mas, estaban equivocados. Alemania demostró con su ejemplo que los pueblos siempre pueden modificar su situación, para bien y para mal, que ningún dado esta echado sino que cada día se decide el futuro. Que no existe la moral de los pueblos, sino las condiciones y que estas se cambian con extrema celeridad.
En Argentina muchos se hicieron eco de los dichos de "Hans el sensible". Muchos los compartieron, repitiéndolo dentro de ese mantra mas amplio de “los argentinos son todos una porquería” que suele ser sostenido por muchos argentinos que no se sienten una porquería.
Hoy en el mundo, muchas voces sostienen que la crisis europea ataca a los países mediterráneos por sus debilidades carnales, de reír, comer, gozar más del domingo que del lunes, defender sus derechos laborales, garantizar prestaciones mínimas para sus ciudadanos mucho mas altas de lo que los alemanas recomendarían garantizarles (a los griegos, por supuesto) y demás excesos que fatalmente se terminan pagando (a los alemanes, por supuesto).
En esta fantasía, los alemanes son unas maquinas perfectas de trabajar y ahorrar, se levantan temprano y van al trabajo cantando su canción favorita, recuperan los saquitos de the secándolos al sol, usan pelapapas laser para tirar cascaras de menos de un micron.
Tan boba como la narración del alemán de la serie Combate, pero al revés, en esta narración no hay turcos trabajando en las fabricas alemanas, no hay planes (
Aleman Planet), ni manejos Morenisticos de las estadísticas de empleo (
Das Indek). El costo del capital, el nivel de desarrollo de su industria, su posición favorecida por un mercado europeo cerrado y con una moneda controlada por el Bundesbank (dba ECB), nada tienen que ver con su éxito económico, solo la disciplina de vida de sus ciudadanos y su compulsión por el ahorro lo explican.
Estas voces sostenían dos días antes de la devaluación, que los Argentinos éramos poco afectos al trabajo, de allí nuestro desempleo (porque sabemos que no trabaja el que no quiere), poco afectos al ahorro, de allí nuestro déficit, y afirmaban que habíamos vivido muy por encima de nuestras posibilidades, de allí nuestra enorme deuda. La mínima condena a un pueblo indisciplinado era desaparecer, preferentemente desaparecer sufriendo. No eran voces apasionadas, desquiciadas, vociferantes, sino voces sobrias, tranquilas, opiniones técnicas. Conclusiones que parecían provenir de formulas matemáticas o leyes de la física.
Ninguno parecía desearnos el sufrimiento, solo lo vaticinaban. Ignorando que en un mundo con finanzas globales, temores globales y estupidez global, un vaticinio de muchos y serios, suele estimular el destino que se vaticina.
Apenas 3 años después los argentinos nos comenzamos a comportar como alemanes. Ahorrábamos 3% de nuestro PBI, exportábamos mas de lo que importábamos, cada día miles de vagos se incorporaban al trabajo acercándonos sospechosamente al pleno empleo, nos desendeudábamos vía pagos y renegociaciones como hacen los países serios. Como les dijo Catherine Banning en Thomas Crown Affair
"Parece que hay algunos agujeros en su teoria".
Aún así las voces siguieron y siguen ahí. Esforzandose por encontrar una explicación teórica acerca de como los pueblos pueden dar saltos morales quánticos, pasar de la noche a la mañana de ser vagos dispendiosos a trabajadores austeros, como millones de personas pasan de cigarras a hormigas sin un Chernobyl virtuoso en el medio. Y evitar cualquier duda que les pueda ocasionar la sorprendente coincidencia temporal entre este salto moral y la devaluación.
Pero qué teoría no requiere de algún esfuerzo?
Así como Tietmeyer se dio el lujo de decir una superlativa imbecilidad sobre la Argentina, mostrando que no había aprendido ni de su propia historia, hoy una larga lista de economistas y políticos sostienen lo mismo sobre países en crisis.
Estas voces "del sacrificio" veranean hoy por Grecia y España. Llevan en sus mochilas la conclusión, ya redactada, "el castigo a los vagos del sur es merecido y es bueno, en especial para los del sur". La única solución estaría en la redención por el sacrificio, ajustarse el cinturón como deberían haber hecho hace años.
Como el granjero de la fábula que La Fontaine nunca se animo a escribir, quien ordeñaba una vaca hasta dejarla exhausta. Cuando la vaca preguntó "porqué me siento tan mal?" el granjero le respondió que era por comer mas pasto que la leche que entregaba y que la única solución radicaba en entregar un balde más.
Un balde más es lo único que esperan quienes promocionan a las voces. Un balde mas y no jodemos mas.
Nadie duda que Grecia devaluará y probablemente España también, a menos que el granjero alemán acepte renunciar al último balde (Cosa improbable en quien cree que se despierta temprano para ir a trabajar cantando de orgullo e imagina al griego usando sus euros para seguir hamacándose con su mandolina).
Pero en el interin, habrán obtenido un balde mas.
PD: En la foto podemos ver la estampita con la que el Gral Susvin mantiene disciplinados a sus hijos. "Si no comen la sopa, viene el tio Hans a darselas".