Grupo de autoayuda para quienes padecen ciertas molestias ante
comentarios Anti-K, o incluso descubren alguna tolerancia al peronismo.

Próxima Cena de la MAK el miércoles 3 de junio



Preocupado por la asistencia a la Plaza que ni siquiera superó el millón de personas, nuestro Maestro de Luz Elbosnio, el Sri Sri Ravi Shankar del kirchnerismo de salón, dio curso a la Secretaría de Guateques, Bautismos y Velorios (la ya legendaria SeGuBauVel, por sus siglas en inglés) liderada por Nagus el Magnífico para que organice la próxima Gran Cena de la MAK el miércoles 3 de junio, en honor a San Lifardo, presbítero cuya vida ejemplar lo iluminó en la suya.

Para intentar aportar algo de seriedad a la reunión, el amigo Mus invitó a la compañera Silvina Batakis, Ministra de Economía de la provincia de Buenos Aires.

Asombrosamente la compañera aceptó.

El lugar es el habitual, el ya legendario Salón Dorado Horacito Rodríguez Larreta del Círculo Salvavidas, ubicado en Cabello 3958, barrio carenciado de Palermo, a las 20:00.

Pese a ser K respetamos los acuerdos a largo plazo y las políticas de Estado: se pagará una entrada única de $60, lo que dará opción a empanadas frozen (con suerte más de una), vino de ferretería y gaseosa tibia a granel.

Quienes dispongan de recursos a pesar de los desmanes de la GestAFIP podrán negociar directamente con el Círculo Salvavidas el plato Súper De Luxe Primera Especial, como milanesa, pechuga, ensalada y demás manjares.

Por razones de seguridad nos vemos en la obligación de mantener el santo y seña: "¡Qué desmejorado que está Elbosnio!". Berni en uniforme de fajina lo exigirá en la entrada, sin excepción.

Foto: En el Centro de Actualización Doctrinaria Néstor Carlos Kirchner, el General (de pie, con anteojos) posa junto a los nuevos reclutas en uniforme de verano.

Cortesía Fundación Led para el Desarrollo de la Fundación Led.
 

El chavismo imaginario, el ejército cristinista y el pasado virtuoso.


Columna publicada en Nueva Ciudad.


“cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.”


Jorge Manrique / Coplas (1476)



Dentro de la crítica opositora, generosa en enojos, denuncias imaginarias y apocalipsis inminentes (aunque siempre esquivos a concretarse), Beatriz Sarlo suele ser un caso aparte. Sus análisis políticos dejan de lado la indignación moral, algo casi milagroso en el periodismo de hoy.

El sábado pasado fue 
entrevistada por Jorge Fernández Díaz, columnista que solía diferenciarse del periodismo de púlpito de sus colegas de La Nación.

Sarlo comienza la entrevista opinando que la actual campaña electoral es “pobre y aburrida” y la compara a las campañas de los ´90 que eran “interesantes y se jugaban mucho”.

Es extraño tomar las de los ´90 como ejemplo de campañas “interesantes”. Ni la del Frepaso, por la candidatura de Bordón-Álvarez; ni la de la UCR, con la fórmula Massaccesi-Hernández del ´95; ni mucho menos la de la Alianza, con la fórmula De la Rúa-Fernández Meijide en el ´99, pusieron en duda la continuidad de la convertibilidad, base del modelo económico menemista.

Justamente, esa hegemonía política de la convertibilidad vació de contenido las propuestas opositoras. Es por eso que las campañas se centraron en consignas de ONG sobre los estragos de la corrupción -en la firme promesa de terminar con ese flagelo a través de iniciativas notables como la venta del Tango 01- como en mantener a rajatabla el 1 a 1. De hecho, De la Rúa prefirió el suicidio político a un cambio de modelo. Cuesta ver en ese sueño anoréxico aliancista “un discurso interesante que se jugara mucho”, según la propia Sarlo en su charla con Fernández Díaz.

La ensayista también menciona los riesgos judiciales de CFK una vez que deje la presidencia, ya que “los partidos se han comprometido en una corrupción cero de aquí en adelante pero también en una revisión de los actos de gobierno hacia atrás.” Pensar que quienes gobiernan hoy la CABA, Tigre, Córdoba o Santa Fe puedan conformar una especie de Liga de Honestidad dedicada a frenar el flagelo de la corrupción pública se acerca al pensamiento mágico, y creer simplemente que la corrupción pública es nuestro flagelo, es una reedición candorosa de la Alianza pero sin sus candorosos líderes.

En otro momento de la entrevista, Fernández Díaz pregunta si hay “riesgo de chavización” en el caso de una victoria de Scioli. Ese enunciado, de una sólida ignorancia sobre lo que es el chavismo, el kirchnerismo y el peronismo en general, es refutado por Sarlo con cierta divertida ironía. Luego de enumerar diferencias estructurales con el régimen venezolano, Sarlo concluye que esto no es “exactamente” Venezuela.

Sin embargo, tal vez asustada por una opinión demasiado tajante, lanza una hipótesis que, aclara, espera no sea cierta. La hipótesis en cuestión es que el kirchnerismo apueste a Milani y a presionar a través de las fuerzas de seguridad para lograr esa tan temida chavización. El apoyo de Scioli al actual Jefe del ejército probaría la veracidad de la sospecha.

Por suerte, según Sarlo, el ejército ya no es el que era antes de la renovación lanzada por el general Balza y, a su entender, eso haría imposible la posibilidad de un “ejército cristinista”. Es decir que si nada de esto ocurriera sería gracias al republicanismo de nuestras FFAA y no a la ausencia de planes golpistas en el oficialismo. La Invasión de Polonia revisitada.

Beatriz Sarlo, analista política seria, sueña con las campañas módicas de una época en la que el modelo existente era hegemónico, detecta como un problema político relevante la corrupción pública (ese mismo diagnóstico que llevó a la Alianza al fracaso) y no descarta un golpe chavista en un país al que define como estructuralmente alejado del chavismo.

Alguien dijo alguna vez que el kirchnerismo “los enloquece”. En el caso de Sarlo y Fernández Díaz parecen estar bebiendo sus nostalgias, empañada la visión, como canta el tango.


Foto: oficiales del ejército cristinista al mando del mariscal Milani juran obediencia a la nueva Emperadora (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).
 

La política berreta


Columna publicada en Nueva Ciudad.

Dejando de lado por una vez el nazismo de Néstor, la demencia senilde CFK y la estupidez hábil de Máximo, la revista Noticias llevó adelante una gran investigación sobre la política berreta, esa que tendría a Del Sel como candidato estrella. Invitado a uno de los almuerzos de Mirtha Legrand el candidato a gobernador de Santa Fe se defendió del profundo análisis periodístico y argumentó, con razón, que ningún artículo de la Constitución le impedía hacer política. Agregó -con aún más razón y un discurso bien articulado- que su trabajo como humorista no tenía nada de reprochable.

Después, al parecer no del todo convencido por sus propios argumentos, explicó que desde hace cuatro años se viene preparando con “cursos en la universidad Di Tella”, hablando con “economistas como Melconian” y asesorándose con “un equipo técnico de más de 400 profesionales que me van llenando la cabeza”. Información que, en rigor de verdad, no tiene demasiada importancia.

La crítica a Del Sel por su falta de seriedad o su formación escasa es un buen ejemplo de lugar común reaccionario que atraviesa todas las tendencias políticas. Que “La Tota” se atreva a presentarse como candidata genera una indignación transversal.

Lo primero que sorprende es que muchos de sus críticos asimilen a Del Sel con sus personajes. Eso equivale a creer que los electores de California votaron como gobernador a un cyborg asesino venido del futuro para matar a Sarah Connor  y no a Arnold Schwarzenegger.

Pero lo más notable es que el discurso político del candidato a gobernador -plagado de otros tipos de lugares comunes reaccionarios- no difiera en esencia del que puede ostentar Michetti. Sin embargo, que lo diga Gabriela no nos genera el mismo tipo de rechazo. No sabemos cuál es su formación académica, pero cumple con los estándares de seriedad que aceptamos como válidos, más allá que critiquemos sus ideas.

No hace falta buscar muy lejos para encontrar ejemplos de políticos exitosos que carecen de esos estándares de seriedad, como el tornero Lula o el cultivador de coca Evo Morales. Tampoco los tenía otra política exitosa, Eva Perón, detestada por ser una simple cortesana(“Abofeteaba a jueces, militares, ministros y senadores, porque ella, que había sido una pobre cortesana de departamento de una pieza, había llegado a ser la matrona nacional” escribió, con su proverbial mesura, Ezequiel Martínez Estrada).

La crítica a un candidato por una supuesta falta de seriedad o por ausencia de formación cae en el mismo error de la soberbia moral, que establece la preeminencia de las cualidades personales por sobre las iniciativas de nuestros políticos. Lo relevante, lo que lo diferencia de cualquier otro candidato, son sus iniciativas y sus ideas, el país que propone y como imagina lograrlo, no lo que es.

En ese sentido, una declaración de Del Sel como la referida a la AUH (“¿Qué preferís, que una piba ignorante se embarace para cobrar una platita todos los meses y ni siquiera se den cuenta que le están arruinando la vida?”  -dicho sea de paso no muy diferente a la famosa canaleta del sobrio senador Sanz- es más relevante políticamente que discutir si sus personajes son misóginos.

Catalogar la política a partir de lo que es cada político es una idea peligrosa. Equivale a establecer categorías de gente, entre candidatos calificados y candidatos berretas. El candidato calificado encierra la idea del elector calificado. Si existen ciudadanos demasiado berretas para ser elegidos, ¿por qué no podríamos determinar lo mismo para ciertos electores?

Lo más extraño es que, con frecuencia, los estrictos estándares de calidad exigidos a nuestros políticos expulsarían a muchos de quienes los exigen. Como si administrar el Estado fuera una tarea para un selecto grupo de iniciados y no para cualquiera comprometido con la función, sea tornero, cortesana, humorista, cultivador de coca o incluso (seamos tolerantes) abogado.

Foto: un político berreta intenta descaradamente ganar el voto de futuros electores (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED.)

 

La eucaristía del voto



Columna publicada en Nueva Ciudad.

“En la ciencia no hay comicio. Por ejemplo, los ángulos interiores de un triangulo suman 180º por más que toda la provincia se pronuncie en contra. No hay una asamblea para determinar las verdades científicas. Algunos creen, al revés, que en política hay una verdad científica y que los electorados aciertan o no aciertan a una verdad que es previa a la elección…”

Alejandro Dolina


Para quienes no estamos del todo convencidos de la existencia de Dios y descreemos de sus representantes en la tierra, las elecciones son nuestra eucaristía atea, el momento en el que los votos se transforman en gobernantes por la gracia de las mayorías.

Apoyo con entusiasmo todos los ritos que acompañan a las elecciones. Suelo llevarle facturas a las autoridades de mesa; torturo a mi hijo menor, como torturé a su hermana mayor, pidiéndole que me acompañe a votar; me emociono cuando aplauden a los votantes nóveles de 16 años y no dejo de asombrarme por un hecho mágico: como en la película de Sidey Lumet 12 hombres en pugna, la verdad no surge de una asamblea de sabios ni del más virtuoso de los hombres sino del simple abuso de la estadística, como escribió Borges sobre la democracia.

Ocurre que el paradigma igualitario de “un ciudadano, un voto”, choca contra el sentido común conservador que nos agobia con las ventajas de la meritocracia y el esfuerzo por sobre las terribles consecuencias de los derechos adquiridos, esos que se otorgan sin contraparte y condenan a quien los recibe a vivir del pescado regalado sin nunca aprender a pescar.

Quién participa activamente de los comicios más allá del simple voto y se esfuerza por informarse a través de publicaciones o libros- o incluso se impone la titánica tarea de leer todo un afiche del PO- buscando tener una idea sobre los candidatos que vaya más allá de su simpatía, su cónyuge o su peinado, debería, según esa línea meritocrática, tener algún tipo de premio. Su voto tendría que valer más que el del ciudadano perezoso que no se tomó otro trabajo que el de elegir a las apuradas una boleta de la pila más cercana.

Un tío mío, ya fallecido, solía defender el voto calificado como un método eficaz para terminar con el flagelo del peronismo ya que, a su entender, la ignorancia del votante era la razón del éxito populista. Lo más encomiable de su propuesta era su autoexclusión de hecho del grupo de sabios electores: habiendo cursado sólo la escuela primaria no hubiera pasado ningún filtro académico. En ese sentido mi tío era el sueño de los entusiastas de la república Tío Tom, esa en donde los poderosos, por definición los más calificados, entregan lo que les sobra a los más humildes que lo reciben con ojos húmedos y gesto agradecido.

En esa misma línea de pensamiento no es infrecuente escuchar que tal elección fue ganada gracias al “clientelismo”, una denuncia vaporosa que también apunta hacia un cierto tipo de voto calificado, aunque ya no por nivel de estudios o conocimientos, sino por patrimonio e ingresos. Según esa candorosa mirada, en nuestro país los ricos no tendrían prejuicios ni tampoco recibirían beneficios del Estado que los alentarían a votar por tal o cual candidato.

Pese a los sueños de mi tío y a la eterna alergia conservadora a las mayorías- y gracias a los radicales que a los tiros consiguieron instaurar el sufragio universal y a Perón que amplió ese extraño universal exclusivamente masculino a las mujeres- hoy votamos todos y cada voto cuenta lo mismo.

Y en cada nueva elección asistimos a la fabulosa transmutación de votos de ignorantes, planeros, pobres y canallas a la par de los de los sabios, ricos y virtuosos, en gobernantes. En cada nueva elección volvemos a comprender que no hay una verdad previa a la elección, esa que menciona Dolina, sino sólo la que devela la magia de la eucaristía del voto.


Foto: En el Cámara Nacional Electoral Néstor Carlos Kirchner, nuestro Maestro de Luz Elbosnio bendice las urnas antes de quemarlas (gentileza Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED).